Las algias que refieren los pacientes que acuden a consulta, suponen para el podólogo un puzle cuyas piezas debe averiguar cómo encajar.
Las molestias pueden ser generales o delimitadas en una determinada zona (metatarsalgias, talalgias, dolores articulares, etc.), cuyo análisis clínico empieza siempre con las circunstancias en las cuales se produjo la aparición de los síntomas (actividad física, trabajo, etc.)
También se valoran cuadros clínicos concomitantes (inflamaciones, posibles infecciones, etc.), alteraciones cutáneas, así como la presencia o no de enfermedades sistémicas, signos neurológicos, alteraciones vasculares y alteraciones estructurales congénitas o adquiridas.
Todas estas y otras posibilidades se establecen y clasifican en la exploración clínica, en la que se puede contar con la ayuda de pruebas complementarias siempre que no lleguemos a una certeza basada en la información obtenida de la exploración.
Tampoco hay que dejar de valorar el aspecto psíquico del paciente que pueda generar el poco frecuente trastorno de conversión.
De todo lo anterior se desprende que una alteración en el pie puede ser local, sin otras alteraciones que influyan en la patología o ser consecuencia de un problema más genérico.
UN DESEO COMPARTIDO
En un mundo clínico cada vez más especializado donde la relación interdisciplinar es cada vez más necesaria, resulta sorprendente que una profesión tan diversa como la podología no figure aún en el sistema nacional de salud.
Su inclusión futura, sin embargo, debería llevar aparejada un programa formativo a su altura, permitiendo que los estudiantes pudieran realizar residencias en los hospitales, complementando los años de universidad. Supondría, además, una manera eficaz de que los podólogos obtuvieran habilidades más homogéneas y de mayor calidad, siendo los mayores beneficiados los propios pacientes.